Batey 6: tragedia de una madre demente y unos hijos postrados

Claribel repite: “Así, así. Así,
así”, ante cualquier pregunta, suelta esa retahíla que no conduce a ningún
lado. En el cuartucho estrecho, lleno de moscas y sin muebles, donde vive, solo
ella permanece imperturbable frente al cuadro desgarrador que protagoniza junto
a sus tres hijos. Las demás personas que estamos en este hogar, del Batey 6, en
Barahona, lucimos consternadas.
“Por eso se volvió loca”, dice
Maximina, señalando, esta vez, a sus nietos con los ojos húmedos por las
lágrimas.
Los tres hijos de Claribel sufren
una enfermedad congénita degenerativa que, paulatinamente, les ha ido
impidiendo caminar, hablar, tragar y les ha deformado las extremidades, de tal
manera, que Ireiny Medina Díaz, de 20 años, ya en silla de ruedas, no puede
alimentarse por sí misma. Es su hermana Leidy, de 24 años, quien con mucha
dificultad le lleva la cuchara a la boca, luego de lo cual, Ireiny empuja la
comida hasta el fondo de su garganta con el dedo índice, los otros cuatro están
deformados como una garra.
Ninguna de las dos camina. El único
que aún se desplaza, con muchísima dificultad, es Carlos Junior, el varón, de
14 años. Pero, casi tanto como sus hermanas, su voz resulta inteligible y la
impresionante cantidad de golpes en su piel, desde la cabeza hasta los
tobillos, el brazo derecho está en carne viva con zonas infectadas por pus,
evidencia que, en algún momento, él también perderá la guerra contra su propio
cuerpo, para caminar.
La incapacidad para tragar los
alimentos ha llevado a los hermanos a un estado de desnutrición tal que, cuando
los dos que aún pueden hacerlo, Leidy y Carlos Junior, se levantan, con extrema
dificultad, semejan esqueletos cubiertos apenas por la piel, en los cuales se
aprecian la rótula, la extensión del fémur, cada hueso como cuando se observan
en un laboratorio, desprovisto de músculo alguno.
“Me caigo”
Intento hablar con Carlos Junior.
Le pregunto por los golpes que tiene en todo el cuerpo. Trata de responder y
apenas logro entender una frase, “Me caigo”. Las rodillas no lo sostienen. Por
eso, abandonó la escuela situada al cruzar la calle. Quiere volver.
De la salita, donde está frente a
un viejo televisor que les regaló un tío, el único lujo de la casa, Carlos
Junior puede ver el patio de la escuela con columpios y juegos en los que, tal
vez, nunca más podrá jugar. Los vecinos curiosos, que circulan por todos lados
sin que nadie intente detenerlos, dicen que tiene una habilidad: sabe jugar
dominó.
El esfuerzo por entrar en detalles
es inútil. El niño hace un gesto desesperado, trata de decir algo, pero no
puede, se sujeta la garganta con la mano y los presentes le calman, “Tranquilo,
después lo dices... después”. Él se tapa la cara con la toallita de mano que
siempre lleva encima para secarse la saliva que le cae por los labios. No hay
un después, no habla más.
La pata que le falta a esta
familia, el padre, no vive con ellos y ha llegado a un grado de alcoholismo tal
que padece alucinaciones. De modo que todo lo que tienen Claribel y sus hijos
es a Maximina, esa abuela paterna que llora ante el cuadro de su antigua nuera
enajenada mental y sus nietos convertidos en esqueletos, que babean todo el tiempo
y transmiten con la mirada la desesperación que no pueden articular en
palabras. Porque, contrario a su madre, la mente de la hija mayor y del niño
están lúcidas, atrapadas en unos cuerpos que no responden ni a las funciones
más elementales. Solo la hermana mediana evidencia retardo mental.
Maximina también está enferma,
padece diabetes y problemas renales. Había alimentado a esta desgraciada
familia con los recursos que su hija, que vive en España, le mandaba. Pero,
ahora, la hija, viuda y madre de tres hijos, se quedó desempleada y dice que no
podrá seguir pagando la alimentación de sus sobrinos, y de su antigua cuñada, y
tampoco los cuatro mil pesos de la señora que les cocina. Cuando termine este
mes de abril, ya no habrá comida ni quién cocine.
El reportaje y las promesas
Hace tres meses el periodista Juan
Salazar, y el fotógrafo Leo Santiago, a instancia de nuestro compañero de
trabajo Miguel Ángel Medrano, estuvieron en Batey 6. En un reportaje, Salazar
describió la situación terrible que atravesaba esta familia. Daba la impresión
de que no podía empeorar. Hasta que, de nuevo, LISTÍN DIARIO decidió regresar
al lugar para saber qué ha cambiado en la suerte de los Medina Díaz, tras la
publicación de su historia. Para mejor, nada. Para peor, varios aspectos.
Leidy, que en enero articulaba algunas
palabras, es incapaz de comunicarse y Carlos Junior, quien posee la mayor
movilidad, ha evolucionado también hacia el mutismo y la postración. Como ya
señalamos, la única fuente de ayuda desaparece. “¿Y ahora qué voy a hacer?”, se
pregunta Maximina ante la realidad de que tampoco podrá brindarles a sus nietos
lo único que tenían, una precaria comida y una atención mínima durante el día,
pues en la noche, duermen solos con su madre enferma mental. Esta situación ha
sido aprovechada por delincuentes que han entrado a la casa en la madrugada. La
semana pasada lo intentaron en dos ocasiones. Por eso, todos tienen miedo.
Cuando se publicó el reportaje, el
pasado 24 de enero, Maximina y sus nietos se llenaron de esperanza, pues hubo
promesas de que recibirían ayuda del gobierno, muebles, (carecen hasta de una
cama digna); medicina, (no reciben ningún tipo de atención sanitaria), y ayuda
económica. Ninguna de estas promesas se ha cumplido. La persona que hizo el
contacto, desde el Palacio Nacional, ha solicitado una serie de requisitos con
los que esta familia y su entorno, gente también muy pobre, no cuentan. No hay
nadie allí capaz de enviar un email o un fax.
“Es necesario que, a través de las
autoridades provinciales, el gobierno llegue hasta estas personas y constate la
condición en que viven y la ayuda que necesitan”, dice César Enrique Tejada,
vecino de la familia y padrino de Leidy. Explica que enfrentan dificultad,
incluso, para conseguir señal telefónica.
Leidy, cuyas raíces familiares
están en San Juan, donde vive su abuela Maximina, asiente cuando le preguntan
si ella es pariente del presidente Danilo Medina. No hay nada que avale su
afirmación, pero cuando alguien lo dice, ella sonríe. Me cuentan que, de niña,
quería ser doctora, le gusta la música del grupo “Tercer Cielo” y, cuando la
llevan, asiste a una iglesia protestante cercana a su casa. Oneisi Perdomo,
amiga de infancia de Leidy, miembro de esa iglesia, ayuda a la familia de
manera voluntaria. También un sacerdote, el padre Agustino, del Batey 6, acude
con alimentos a socorrerlos. En diciembre, el gobernador de Barahona le entregó
a la abuela cinco mil pesos de ayuda. Ha sido la única colaboración oficial.
Nada más.
Maximina llora a lágrima viva, pide
que a sus nietos los lleven a un asilo o que reciban asistencia para sobrevivir
junto a su madre. Claribel que, mientras la escucha hablar, vuelve a repetir
“Así, así, sí, así, así”. Sus hijos tratan de que guarde silencio con gritos
guturales que no llegan a convertirse en palabras.
Fuente: www.listindiario.com.do
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