Mi amigo Jimmy

Lamentablemente, ese
acto ya no podrá realizarse para la fecha prevista. De manera inesperada y
dolorosa, Jimmy Sierra (el teórico), quien durante más de medio siglo nos
privilegió con su amistad, talento creativo y generosidad, se despidió de
nosotros para marchar hacia el mundo de lo desconocido.
Fue mi abuelo, don
Papito, quien primero me advirtió sobre Jimmy. Viéndole pasar por el frente de
la casa, me dijo: “Hágase amigo de ese muchacho que va a ser abogado”.
En lo inmediato no
volví a verle. Pero en uno de esos encuentros callejeros que hacíamos en la
universidad popular en que se convirtió Villa Juana, a finales de la década de
los sesenta, le escuché hablar.
Me impresionó. Era
elocuente y apasionado. En su intervención, se refirió, fundamentalmente, a los
problemas políticos nacionales de la época. Al final, pronunció una frase que
me impactó. Dijo algo así como que, para luchar, de
manera eficaz, contra las fuerzas opuestas a nuestra soberanía y
desarrollo nacional, había que saber dar un paso hacia adelante y dos para
atrás.
Aquella frase me
deslumbró. Me pareció profunda, genial. Con eso, según el orador, se
garantizaba el triunfo en la lucha contra los patrocinadores de la vileza y la
maldad.
Grande fue mi
sorpresa cuando poco tiempo después, otro joven del barrio, al hacer uso
de la palabra, para referirse también a los temas políticos que ya empezaban a
inquietarme, terminaba su intervención, diciendo: “Como ha dicho el camarada
Lenin, debemos dar un paso hacia adelante y otra para atrás”.
Deduje que Lenin era
el orador anterior, a quien le había escuchado por vez primera la afortunada
frase. Quería, por consiguiente, que me lo presentaran. Tenía ansias de
conocerle. Todos, sin embargo, se burlaron de mí.
En mi inocencia y
total desconocimiento, había creído que Jimmy era Lenin. No tenía dudas, había
escuchado ambos discursos. Así de grande era mi ignorancia.
Coloso de la
cultura
Pero si Jimmy no
resultó ser Lenin, se convirtió, sin embargo, como bien reconoció este diario
al transmitir la noticia de su fallecimiento, en un coloso de la cultura.
Recuerdo cuando junto
a Fernando Sánchez Martínez y Antonio Lockward, publicó, con un prólogo del
Poeta Nacional, Pedro Mir, un libro de cuentos, titulado, Bordeando el
Río.
Lo leí con avidez.
Devoré los doce textos incluidos. De Jimmy observé una característica que
habría de acompañarle a todo lo largo de su carrera literaria: el uso del
humor, la ironía y la paradoja como parte de su estructura narrativa.
En todo caso, lo más
importante para mí era que tenía un amigo escritor. Eso lo proclamaba por todas
partes. Me parecía algo prodigioso, sensacional. Pero, por encima de todo, me
generaba una sensación de orgullo y admiración hacia mi amigo Jimmy Sierra.
Luego, vinieron los
relatos de microhistoria, en varios volúmenes, Yo Estaba Allí. Estos
representaban una crónica de acontecimientos acaecidos en el país desde que se
produjo la muerte de Trujillo, respecto de los cuales el autor había sido
testigo de excepción.
Por ahí se hizo
referencia, entre otros, al golpe de Estado de Echavarría, al gobierno del
Triunvirato, a los desmanes de Félix W. Bernardino, a la muerte de Sagrario
Díaz Santiago, a la bomba que estalló en el cine Trianon y al ametrallamiento
de los estudiantes frente al Palacio.
Con posterioridad,
dio a la publicidad La Ciudad de los Fantasmas de Chocolate; el Mester de
la Ironía; y el libro para niños, Los Cuentos de Papá Leche. Publicó, también,
como se indicó al principio, un libro de referencia, Diccionario Cultural
Dominicano, que recoge y expresa el conjunto de autores, obras, escuelas,
corrientes y movimientos artísticos y culturales de la República
Dominicana.
Naturalmente, su obra
cumbre, en el ámbito literario, fue su novela, Idolatría, con el llamativo
subtitulo de: O de cómo y por qué las 13 maldiciones de Papá Liborio
transformaron a Gatagás el Divino, también llamado el Octavio Sabio, en el
Quinto Evangelista y el Filósofo Montarás, como tributo a Dante Alighieri y a
otros autores predilectos, en los mejores días de mi infancia.
Produjo varios dramas
radiales. Elaboró distintos proyectos para la televisión, como El Hombre Que
Atrapaba Fantasmas, Catalino el Dichoso y El Caballero de la Medianoche.
Proyectó diversos documentales, entre los que se destacan el de la presencia
árabe en la República Dominicana y el de Eugenio María de Hostos.
Su película para la
gran pantalla, Lilis, fue un esfuerzo descomunal por traducir al lenguaje
cinematográfico uno de los acontecimientos más turbulentos de nuestra
historia.
El mentor
Pero, además de
notable creador de mundos literarios y del audiovisual, Jimmy evidenció, desde
muy temprana edad, notables condiciones para la promoción y la gestión
cultural.
En 1962 fundó el Club
Estudiantil de Jóvenes Amantes de la Cultura (CEJAC), del cual participaron
figuras como Andrés L. Mateo, Ramón Colombo y Adriano de la Cruz.
Cuatro años después,
en 1966, pasó a dirigir el Movimiento Cultural Universitario (MCU), el cual
contribuyó, a través de encuentros y talleres literarios, a la formación de
jóvenes poetas, dramaturgos, cuentistas y novelistas.
Promovió el Primer
Festival de la Cultura Popular. Fundó el Comité Pro-Instituto Nacional de
Estudios Cinematográficos (CINEC). Formó el Comité Pro-Adecentamiento de los
Medios de Comunicación Masiva (CAMECOM); y elaboró el primer proyecto de
ley de cine en el país.
Para mí, en lo
particular, Jimmy fue un gran maestro, guía y mentor. Un modelo de referencia,
en lo intelectual, lo político, lo ético y conductual. Una fuente de
inspiración que nos enseñó a darle valor, importancia y significado a las
cosas.
Debido a él, leímos
en Villa Juana, entre otros, a los clásicos de la literatura rusa: Tolstoi,
Dostoyevski y Chejov. A los de la literatura norteamericana: Hemingway, Scott
Fitzgerald y Edgar Allan Poe. A los franceses: Hugo, Balzac y Maupassant. A los
latinoamericanos: García Márquez, Vargas Llosa y Neruda. A los dominicanos,
Manuel de Jesús Galván, Bosch y Marrero Aristy.
Luego, esos mismos
libros, en un acto de solidaridad, se los llevábamos a los presos políticos en
la cárcel de La Victoria, donde íbamos con frecuencia. De esa manera, pude
conocer y tratar en el tiempo, a destacados dirigentes como Fafa Taveras y
Moisés Blanco Genao.
En momentos difíciles
de mis períodos de gobierno solía consultarle. Él era una voz sensata, prudente
y equilibrada. En una ocasión, coincidiendo con un aniversario del 14 de junio,
se programó una marcha de grupos de izquierda hacia el Palacio Nacional. Debido
a sus recomendaciones, todo el plan de confrontación quedó desmantelado. Los
protestantes fueron recibidos por antiguos compañeros de lucha, entonces
funcionarios del gobierno, con el himno histórico del Movimiento 14 de Junio,
con flores y expresiones de amistad.
Así era mi amigo
Jimmy Sierra. Ingenioso, creativo, imaginativo. Pero, al mismo tiempo,
solidario, desprendido, altruista y generoso. Siento que, aunque en algún
momento lo confundiera con Lenin, nuestros vínculos, por más de medio siglo,
fueron un canto a la amistad.
Leonel Fernández
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