Hambre y miseria son palabras más comunes

Son familias como las que viven en
un estacionamiento al pie del popular barrio caraqueño de Petare. Allí
accedieron en 2014 ante la imposibilidad, según dicen, de pagar una vivienda y
allí subsisten entre plásticos, tablones y cartones: “sobreviviendo” y poco
más.
“En estos años, la situación ha
empeorado (...) todo ha sido muy físico (...) estamos como quien dice apenas
sobreviviendo”, comenta a Efe Ronald Vásquez, uno entre los centenares de
vecinos improvisados que se agolpan en el antiguo estacionamiento.
A la sombra de los grandes
edificios que recuerdan un pasado, el que parece de una remota Caracas mejor,
Ronald y otras 43 familias subsisten como pueden en ese espacio, si bien aclara
que el grupo lo conforman 90 familias.
Ronald, comenta, trabaja como
soldador, y percibe un sueldo con el que “es muy difícil que pueda comprar ni
un kilo de pollo en una semana” una posibilidad que se aleja cada día más en un
país con un registro diario de 4 % de inflación.
Tener una vivienda es apenas una
quimera, una utopía, razón por la que siguió a su hermana y se unió al grupo
que vive en el estacionamiento en una casa que, gracias a su oficio, ha soldado
con planchas metálicas.
La suya destaca entre las demás,
construidas con materiales mucho más endebles: plásticos, maderas, telas y
cárteles de un sinnúmero de productos entre los que no pueden faltar los
alusivos al presidente Nicolás Maduro o su antecesor Hugo Chávez.
Tendidas en el sol de justicia que
por momentos azota la capital venezolana, los vecinos de Ronald y él mismo tienden
su ropa bajo la que se alborotan, juegan y crecen una miríada de niños que no
pueden evitar su sorpresa al verse fotografiados o grabados.
Para ellos, como explica Ronald,
una vivienda “es muy difícil de conseguir” y dependen solo de las ayudas del Gobierno.
Le piden al gobernante chavista que
les ayude casi como quien eleva plegarias: “Tenemos más de cinco días sin gas y
si mi presidente Maduro va a ver este vídeo le pediría de corazón que nos
ayudara”, dice Esperanza Contreras, que a sus 63 años prepara agua hirviendo
con lo poco que ha podido conseguir para comer.
PETICIONES AL PRESIDENTE NICOLÁS MADURO
Ante la falta de gas, ha optado por
usar leña y prepara una fogata como si de una acampada se tratase. Sobre ella,
unas paredes y techo de madera. Sobre él, chisporrotea un cable eléctrico que
recorre amenazante todo el predio.
Sin embargo, Esperanza hace bueno
su nombre y da gracias porque tiene “un techito donde vivir” y de nuevo pide a
Maduro “que por favor se acuerde de los pobres”. No puede evitar que se le
escapen algunas lágrimas mientras recuerda que están “bastante abandonados”.
Ella subsiste junto a su nieta de
seis años con una pequeña pensión y los trabajos “de lavar y planchar” que le
van surgiendo. Ni siquiera su situación les arranca la sonrisa de la boca y los
vecinos no pueden evitar bromear al ser preguntados acerca del baño. “Este es
el mío”, dice uno mientras saca un pequeño balde de plástico. EFE
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