Fotos: El colapso económico en Venezuela empuja a algunos jóvenes a trabajar de chatarreros en el contaminado río que cruza Caracas
Venezuela .— Ángel Villanueva se movía en las turbias aguas del
río Guaire, un pútrido canal que serpentea a través de la capital venezolana,
con la esperanza de encontrar algún tesoro.
Hundió las manos en el fondo del
canal poco profundo, apartando el rostro del fétido olor. Después se levantó,
dejando que tierra y piedras le cayeran entre los dedos y buscando una tuerca
de pendiente, anillos perdidos o cualquier otro preciado trozo de metal que
pudiera vender para conseguir comida.
Villanueva, de 26 años, buscaba
junto a otras dos personas sin perder de vista las nubes oscuras en las
montañas que rodean Caracas. Podrían empezar a descargar lluvia en cualquier
momento, dándole apenas unos minutos para salir o morir arrastrado por el agua.
“Trabajar en el Guaire no es
fácil”, comentó. “Cuando te da, te da. Y cuando te quita, te quita la vida”.
Las imágenes de venezolanos pobres
buscando comida en la basura en Caracas se han convertido en un símbolo de la
profunda crisis económica en el que fuera uno de los países más ricos de
América Latina. Menos visibles son los jóvenes y niños que buscan en las sucias
aguas del Guaire cualquier trozo de metal con el que puedan ayudar a alimentar
a sus familias.
En ocasiones parecen estar jugando,
sin camiseta y riéndose en grupos. El sol se refleja en sus espaldas dobladas
cuando se agachan, sacan rocas y las lanzan a un lado con un salpicón.
El agua está muy sucia, ya que el
canal recoge el agua de lluvia de calles y cañerías, así como desperdicios
industriales y algún tesoro ocasional.
“Desde que recuerdo, el Guaire era
un desagüe a cielo abierto”, comentó Alejandro Velasco, nacido en Caracas y
profesor de historia latinoamericana en la Universidad de Nueva York. “Desde
luego parece reflejar la profundidad y extensión de la desesperación que ha
desatado esta crisis en particular”.
Tras casi dos décadas de gobierno
socialista, la producción de alimentos y petróleo se han hundido en medio de
una deficiente gestión de recursos estatales, y el descenso en los precios
mundiales del crudo ha sumido a muchos venezolanos en la desesperación.
Cada mañana, los chatarreros bajan
al Guaire desde sus barrios en la colina. Algunos se envuelven las yemas de los
dedos con cinta adhesiva para protegerse de cortes e infecciones, ignorando
cualquier posible efecto perjudicial a largo plazo de pasarse horas metidos en
agua sucia todos los días.
Las peticiones de que se limpie el río,
así como los millones que ya se han invertido, no han dado resultado.
El fallecido presidente Hugo Chávez
admitió en 2005 el mal estado del río y prometió una limpieza total. “Los
invito a bañarnos en el Guaire… pronto”, prometió en televisión.
El Banco Interamericano de
Desarrollo intervino en 2012 con un préstamo de 300 millones de dólares para un
ambicioso proyecto de construir plantas depuradoras y tratar los residuos que
llegan al río.
Casi seis años más tarde, el agua
sigue sucia y el proyecto de limpieza apenas logró una pequeña parte de su
objetivo. Representantes del BID declinaron hacer comentarios sobre el asunto y
tampoco los líderes del gobierno venezolano se han pronunciado sobre cuándo
podría limpiarse.
Algunos tramos del río huelen a
alcantarilla, mientras que otros emiten un olor agresivo que recuerda al
combustible, un hedor que se queda en la nariz durante horas después de
alejarse de sus orillas.
El Guaire volvió a llamar la
atención a mediados de 2017, cuando vecinos que protestaban contra el gobierno
de Nicolás Maduro lo cruzaron para escapar de los gases lacrimógenos que
lanzaban los policías antimotines.
La mayoría de los días, los que
buscan en el río pasan desapercibidos para otros residentes de Caracas, que
pasan al lado en una autopista elevada, oculta a la vista por barreras de
concreto.
Una mujer que pasaba con un coche
de bebé por un paso elevado, uno de los pocos lugares con vistas al agua, miró
a las docenas de personas que buscaban en el agua.
“Qué vergüenza para nuestro país”,
dijo.
Villanueva vive con su padre, un
militar retirado, en uno de los barrios más pobres y peligrosos de Caracas. Aún
le cuesta asumir la muerte de su madre por un infarto cerebral. Ella le había
animado a ir a la universidad.
Él quería ganar dinero, pero solo
pudo conseguir empleos mal pagados para el estado, como barrer las calles. El
salario mínimo para empleados públicos en Venezuela equivale a menos de 7
dólares al mes al cambio del mercado negro.
La comida se ha vuelto cada vez más
difícil de conseguir y de pagar. Se estima que el 75% de los venezolanos perdió
una media de 8,7 kilos (19 libras) el año pasado, según un sondeo reciente.
Villanueva empezó en el río hace
seis meses, invitado por un amigo. En su primer día consiguió 20 dólares y se
enganchó, pese a las bromas en su vecindario de los que le dicen que se
mantenga lejos porque huele como el Guaire.
Otro chatarrero que trabaja con
Villanueva llevaba un frasco de plástico colgado del cuello donde iba guardando
sus hallazgos. Los colocó sobre la palma de su mano para mostrar eslabones
rotos de una cadena y una moneda de oro, que posiblemente valiera algo en la
Plaza Bolívar, donde hay comerciantes que ofrecen efectivo por el oro.
Villanueva no conoce a nadie que
haya muerto en una riada, pero abundan las historias de otros que se vieron
arrastrados y nadie volvió a verlos. Las acumulaciones de nubes y la aparición
de más basura de lo normal en las riberas río arriba le avisan de que el agua
está subiendo, y tiene menos de 15 minutos para salir.
Él sueña con irse de Venezuela para
encontrar un empleo mejor. Pero por ahora se arriesga buscando basura en el
Guaire. AP
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