Las mujeres latinoamericanas no toleran los piropos; exigen represalias
Más al norte, en México, es la hora punta y el transporte
público una pesadilla. Laura Reyes, una mesera de 26 años, corre entre la
multitud del metro Pantitlán de la superpoblada Ciudad de México. Se sube a uno
de los vagones exclusivos para mujeres y niños. Pero, “la verdad, no me siento
súper segura”, dice. “Se cuelan muchos pervertidos también. Aunque si me meto a
los otros vagones salgo toda torteada (manoseada)”.
Mientras, en Brasil, la periodista Caroline Apple de R7
Noticias publica a fines de mayo un artículo en primera persona: “Hoy fui una
víctima. Un usuario del metro eyaculó en mi pantalón”. Y acompaña la nota con
una fotografía del pringoso desatino. Estas escenas se repiten en toda Latinoamérica.
“Te doy igual”, le dicen a una mujer poco agraciada. “Te hago dos más”, a una
embarazada. “Tanta carne y yo sin dientes”, a una voluptuosa.
Nueve de cada diez mujeres ha sufrido algún tipo de acoso
sexual en espacios públicos y 70% asegura haber tenido una experiencia
traumática por ello, según un estudio de 2014 del Observatorio Contra el Acoso
Callejero (OCAC) en Chile.
Un informe con resultados muy similares fue divulgado en 2014
en Argentina por la organización Acción Respeto: 94% de las mujeres han
recibido comentarios de hombres respecto a su sexualidad y casi 90% de ellas
dijeron que les disgustaban tales comentarios. En otras palabras, para sorpresa
de los piropeadores, las mujeres no se sienten tan halagadas como ellos
suponen.
Redes, globalización y empoderamiento. Las jóvenes
latinoamericanas han despertado del sumiso letargo del piropo. Ya no quieren
cubrirse ni esquivar la mirada como hacían las mujeres hasta hace sólo unos
pocos años.
Y se están organizando, con agrupaciones contra el acoso
callejero que brotan como hongos en la región. Según Fabián Sanabria,
antropólogo y profesor de sociología de la Universidad Nacional de Colombia,
este despertar femenino es un fenómeno generacional que ha ganado impulso
gracias a la globalización, por un lado, y a las redes sociales, por el otro.
“El piropo es una forma de coquetería típicamente machista y latinoamericana”,
dice a la AFP.
“Y ese machismo se acaba en la medida en que se va dando un
mundo más global, más virtual, más cosmopolita”. Y las redes han sido el
altavoz desde donde se hace público el malestar.
Lo confirma María Francisca Valenzuela, presidenta de OCAC
Chile –que se ha extendido a Uruguay, Nicaragua, Colombia, Perú, Argentina y El
Salvador–, según quien las redes han sido fundamentales porque son ocupadas
“principalmente por jóvenes, y ese grupo es el más vulnerable al acoso sexual
callejero”.
Un ejemplo de ello es la campaña “Sílbale a tu madre” de la
peruana Natalia Málaga. La exmedallista olímpica identificó a varios acosadores
seriales, contactó a sus madres y consiguió que ellas fueran piropeadas en la
calle por sus propios hijos. “Qué rico calzón”, dice un hombre.
La mujer se da vuelta. “¿Renzo?”. “¿Mamá?”. Por último, el
cambio de percepción respecto a una práctica que se consideraba natural
coincide con un momento histórico en que la mujer está conquistando espacios
tradicionalmente masculinos. “La mujer contemporánea sabe que desde el piropo
más grotesco y explícito hasta el más retórico y romántico, ser vista como
objeto la minimiza como ser humano”, dice a la AFP Alejandra Cabrera, profesora
de género y diversidad sexual en la Universidad Católica en Caracas. Por eso
“hay un revisitado auge de la discusión sobre el piropo callejero y su
vinculación con el acoso, básicamente porque se le concibe como una forma de
violencia”.
Del acoso a la ley.
”El mal llamado piropo y los tocamientos en espacios públicos son las prácticas
más extendidas, naturalizadas y hasta incentivadas en México y en toda América
Latina; son las expresiones más atroces de la misoginia y el machismo”, dice
Pablo Navarrete, coordinador Jurídico del Instituto Nacional de las Mujeres en
México.
Es necesario entonces promulgar leyes que les pongan coto,
añade. Si bien en Latinoamérica hay legislaciones contra la violencia de
género, éstas suelen requerir que exista un vínculo entre la víctima y el
victimario. Sólo en algunos casos, como México, Brasil, Venezuela y El
Salvador, el acoso callejero –que se ejerce de forma anónima a un desconocido–
puede interpretarse en un texto más amplio sobre el hostigamiento sexual, aunque
la mayoría de los países no lo tipifica particularmente.
Costa Rica sí contempla sanciones leves que se pueden saldar
con multas, pero hasta ahora el más firme ha sido Perú, que aprobó en marzo una
ley específica que contempla hasta 12 años de prisión para los casos más
graves: cuando la víctima es menor de 14 años y el acto daña su salud física y
mental.
Ese mismo mes, OCAC Chile impulsó un proyecto legislativo
contra el acoso callejero y, en abril, legisladores argentinos reactivaron tres
proyectos similares. En otros países donde se ha discutido, la norma es llamada
despectivamente “ley antipiropo” y sus propuestas son tratadas con chistes y
burlas, como ocurre en Paraguay y Panamá.
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