Reapertura de la embajada de EE.UU. en Cuba: “Obama, vuélvete loco y vente pa’ La Habana”
Los músicos lanzaban un estribillo para que la multitud de
asistentes lo repitiera: “Obama, vuélvete loco y vente pa’ La Habana”…
En los últimos días, los vecinos de esa zona del céntrico
barrio de El Vedado observaban con asombro y agrado la presencia de
trabajadores encargados de higienizar y embellecer las áreas públicas, y
centenares de personas se dirigían a la todavía Oficina de Intereses de EE.UU.
para obtener un formulario y optar por alguna de las plazas de trabajo que
ofertará la flamante embajada.
Unas semanas atrás, durante la pasada Bienal de La Habana, un
artista cubano realizaba un happenig en el que involucraba a la figura del
presidente estadounidense Barack Obama ¡ya recorriendo las calles de La Habana!
Y algunos entusiastas colgaban la bandera de barras y
estrellas de las antenas de sus viejos autos, salidos de fábricas de Detroit
antes –a veces mucho antes– de que en 1961 se quebraran los vínculos entre los
dos países.
La ceremonia de la izada de la bandera cubana en la reabierta
sede diplomática de la isla en Washington, el pasado 20 de julio, y el esperado
alzamiento de la enseña estadounidense en el edificio que albergó a la legación
de ese país en Cuba pueden verse como los actos simbólicos más retumbantes de
un proceso que apenas comienza: el de una posible normalización de los vínculos
entre dos naciones que, por cinco décadas y media, se consideraron enemigos y
se trataron como tales.
Como era de esperar, este primer paso ya ha entrañado
soluciones previas: desde la liberación e intercambio de prisioneros que se
produjo el mismo día 17 de diciembre, al calor del anuncio presidencial de que
se iniciaban conversaciones entre los dos gobiernos para el restablecimiento de
las ahora concretadas relaciones diplomáticas, hasta decisiones tan importantes
como la de extraer a Cuba de la onerosa lista de países patrocinadores del
terrorismo, entre las más publicitadas.
A lo largo de esta primera etapa del proceso, muchos cubanos
residentes en la isla han observado con optimismo y a veces hasta con euforia
esos primeros movimientos en espera de otros que bajen de las alturas políticas
y, de alguna manera, incidan en sus vidas cotidianas sobre todo por la parte
económica.
Pero otros, no tan optimistas, confían poco en los efectos
prácticos de la nueva relación y siguen absortos en sus luchas cotidianas, a
veces solo para garantizar la subsistencia.
En cualquier caso, el hecho de que las tensiones políticas
entre La Habana y Washington hayan descendido en estos meses, es una situación
diferente y alentadora.
La imagen de los presidentes Raúl Castro y Barack Obama
apretándose las manos varias veces y regalándose sonrisas durante el encuentro
sostenido en la Cumbre de las Américas en Panamá, el pasado abril, marcó un
nuevo momento de esa turbulenta relación de hostilidad sostenida por tanto
tiempo.
Y el hecho de que, pasando por encima de las diferencias,
ambos gobiernos hayan concretado el acuerdo mayor del restablecimiento de
relaciones diplomáticas, constituye un ejemplo de cómo la voluntad de diálogo
puede superar los más diversos desafíos y hasta desacuerdos.
Esa es la primera pregunta que optimistas y pesimistas se
hacen por igual.
La belleza simbólica de unas banderas que vuelven a ondear 54
años después de haber sido arriadas no implica aún normalidad (ni siquiera
comercial, afectada por la todavía activa Ley de embargo) y mucho menos
consecuencias sociales visibles.
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